Los bárbaros son poderosos guerreros cuya
fuerza y fiereza rivalizan con las de cualquier enemigo, desde bestias
hambrientas hasta malvados demonios. Los bárbaros, altos, musculosos y anchos
de hombros, son capaces de blandir un arma pesada que el resto de mortales ni
siquiera podría levantar o dos armas —una en cada mano— con precisión letal. En
las tierras salvajes y peligrosas de Santuario, no hay nada más temible que un
bárbaro con una espada seca.
Desde
tiempos inmemoriales se ha conocido al Monte Arreat como el lugar de reposo de
un artefacto de poder inimaginable, la Piedra del Mundo. Los guardianes de esta
montaña sagrada eran los bárbaros de las Estepas del Norte, cuyo líder era el
enigmático y legendario rey Bul-Kathos. Abundan las leyendas sobre la fuerza y
la envergadura del gran bárbaro. Hay quien dice que era un nephalem que se
había asignado a sí mismo la misión de custodiar la Piedra del Mundo. En
cualquier caso, los bárbaros se hacen llamar "los hijos de
Bul-Kathos" y nadie puede negar el parecido que guardan con la estatura de
su rey ni la valiente determinación con la que llevaron a cabo su vigilia.
Fue
esta misión lo que transformó a los bárbaros de simples agricultores a nómadas
fervorosos, guerreros fanáticos que patrullaban las fronteras de su reino con
una vigilancia incansable. Durante siglos los bárbaros llevaron a cabo su
propósito con férrea convicción, en un estado de aislamiento y pureza. Todo
aquello que pudiera conducir a la distracción o a la debilidad era eliminado:
la política, la magia, el comercio, la maquinaria... Las tribus que custodiaban
el Monte Arreat no toleraban ninguna intrusión del exterior ni aceptaban
preguntas ni peticiones. Era una existencia pura, una vida comprometida con la
espada, el hacha, la lanza, el escudo y el deber por encima de todo.
Todo
cambió cuando Baal y su ejército demoníaco se abrieron paso hasta la Piedra del
Mundo. El demonio mayor corrompió el artefacto para que extendiera su oscuridad
por toda la humanidad. En un intento desesperado por detener a las legiones del
infierno, el arcángel Tyrael lanzó su espada divina contra la Piedra del Mundo
y la destruyó... junto con el Monte Arreat. La vigilia de los bárbaros acabó en
un fatídico segundo. La vergüenza y el sacrilegio de este acontecimiento impío
convirtieron a las tribus bárbaras en un triste recuerdo de su montaña
destrozada.
Los
guardianes de Arreat están desperdigados. Los que sobrevivieron a la tragedia
vagan por las tierras desoladas del norte, sin rumbo ni consuelo tras perder su
causa. Algunos han sucumbido a la locura o a cosas peores.
Ahora
una estrella ha caído en el sur, sobre la humilde ciudad de Nueva Tristán. La
estrella ha despertado fuerzas oscuras, y con ellas la necesidad de brazos
fuertes y corazones valientes. Para los bárbaros nómadas existe la esperanza de
que este acontecimiento represente una nueva misión, una nueva vigilia, quizá
un nuevo propósito para sus vidas.
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